Recientemente vi en un establecimiento esta tablilla en la que pone “Rincón de pensar”. Lo primero que me vino a la mente fue el uso que se le ha dado y desgraciadamente se le sigue dando a estas palabras para “castigar” a muchos niños cuando se supone que hacen algo mal. Sin embargo, lo que en aquel sitio se quería transmitir con ese mensaje nada tenía que ver con ese uso popular que se le ha dado a la expresión. Se trataba de un establecimiento acogedor que invitaba a pensar, a reflexionar. Pero pensar tiene mala fama hoy en día. Hoy en día se lleva “actuar”, “hacer” y quizás por eso cuando las personas se encuentran mal se apuntan a cualquier actividad antes que ir a terapia. No quieren “ni pensar” la opción de ir al psicólogo y con esto no digo que apuntarse a baile o al gimnasio no quite muchos males, pero a veces retrasa lo que es necesario, hablar y pensar con un profesional.
Muchas personas cuando llegan a terapia expresan que no saben qué hacer. Nos preguntan a los profesionales, se preguntan ellos mismos: “¿qué hago?”. Es frecuente que les propongamos “vamos a pensarlo”. Pensar en psicoterapia hace referencia a una tarea compartida entre el paciente que acude y el profesional que atiende. Atiende al paciente, a su discurso, a lo que se dice y piensa de si y de los demás. Pensar en este contexto es entendido como una manera de ordenar las vivencias que la persona ha tenido a lo largo de su vida o acontecimientos recientes que por su intensidad emocional sobrepasan a la persona. Pensar para entender qué está pasando en su vida y cómo se ha llegado a estar así. Pensar también es necesario como preámbulo para planificar proyectos que se quieren llevar a la práctica y es pensando que se pueden imaginar para luego ejecutarlos.
Cuando acude una persona a terapia por primera vez le invito a pensar, a reflexionar en lo que le está produciendo sufrimiento y malestar en su vida. Y poco a poco en el devenir de las sesiones las personas aprenden a pensar. Por lo general antes de la terapia no se piensa, se da vueltas sobre lo mismo, atrapado en pensamientos por lo general negativos. Se rumia igual que lo puede hacer un niño que es castigado en un rincón que no entiende qué ha pasado y por qué está ahí.
Hace poco leía “No hay padres perfectos” de B. Bettelheim. El autor hace especial hincapié en que el libro y la terapia sirvan de guía para “pensar siempre por cuenta propia en sus intentos de comprender y resolver situaciones y los problemas que se les presenten”. Ese siempre será un objetivo de la terapia. Un objetivo que llega con el tiempo, que el paciente alcanzará y le permitirá pensar libremente en cualquier sitio en el que esté. Es por ello que la terapia no creará dependencia sino libertad.
Si crees que es tu momento y quieres pensar sobre ti y sobre tu vida puedes pedir una primera entrevista.